domingo, 21 de agosto de 2016

NI BURKINI NI BAÑADOR, VIVA EL NUDISMO LIBERTARIO.


Nos sorprende a las personas que practicamos  el nudismo (donde nos dejan) este debate entre “textiles”,  un término que utilizamos para denominar a quienes se empeñan en bañarse y secarse al sol cubiertos por telas. 
Desde nuestro punto de vista,  resulta chocante que sean precisamente las  personas que ocultan  ciertas partes de su cuerpo  quienes critiquen a las que  amplían esa absurda vergüenza gazmoña a otras partes de sus anatomías.
Están quienes se niegan, contra natura,  a dejar secar al sol sus pollas, culos y coños desnudos,   y algunas señoras tampoco las tetas, aunque otras sí como es sabido.

Y ahora aparecen estas nuevas bañistas,  que (colmo de males) tampoco quieren enseñar brazos ni piernas y ni siquiera el pelo.
De modo que  los primeros quieren obligarles a enseñarlas a toda costa, por lo menos si se quieren bañar sin ser detenidas.  
Realmente, están locos estos “textiles”.
Con qué derecho, estos que se escandalizan de ver nuestros cuerpos desnudos y en muchos casos hasta  prohíben el nudismo en las playas, intentan ahora convertirse en los defensores de la libertad, ordenando por su cuenta que se puede enseñar y que no en las playas de la Republica.  
Las  personas nudistas, venimos de una estirpe libertaria. Una antigua tradición que  tiene su origen en los primeros atletas olímpicos, que como plasmó el gran Fidias competían desnudos en los juegos;  o en las muchachas cretenses que saltaban sobre los toros con los pechos desnudos,  pezones enhiestos al sol.
Somos herederos del mejor higienismo libertario, que considera nuestros cuerpos como algo natural de lo que no tenemos que avergonzarnos, convencidos de las bondades físicas y mentales del contacto entre esos cuerpos desnudos y el entorno natural; sin esconder nuestros defectos,  sin renegar del paso del tiempo en la piel ni exhibir tampoco con vano orgullo  mercantil supuestos cuerpos diez, eso se lo dejamos a los jóvenes textiles.
Como libertarios que somos jamás se nos ocurriría prohibir a nadie que se bañe o se solace   más o menos vestido. Exigimos nuestro derecho a  disponer de forma libre de nuestros cuerpos  pero no imponemos a nadie nuestras maneras.
La colonización patriarcal  de los cuerpos  tiene muchas caras,  en el occidente cuando  convierte el cuerpo de la mujer en mercancía para satisfacer el deseo masculino, que lo consume de forma real o imaginaria; o en el oriente, donde hace exclusivo el disfrute de esa mercancía a su  señor legal por la gracia de Dios.

Las religiones monoteístas, con su idea de pecado, justifican esta posesión patriarcal. Aquí y allí mostrar nuestras “vergüenzas” (término suficientemente explicativo) en público es pecado. Nuestras partes” pudendas” deben ser revestidas de envoltorios: de colores papel cuché en un caso, o de papel de estraza en otro…  puede que nos guste más el primero, pero no deja de ser un envoltorio.